Valencia, 22 de junio de 2017

La muestra, que reúne medio centenar de obras sobre papel pertenecientes a la Francis Bacon Collection, se podrá visitar hasta el 15 de octubre

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Fundación Bancaja presenta la exposición Francis Bacon. La cuestión del dibujo, una muestra con más de medio centenar de obras sobre papel del artista británico pertenecientes a la colección de Cristiano Lovatelli Ravarino, periodista y amigo íntimo del pintor durante años. La exposición podrá visitarse en la sede de la Fundación Bancaja en Valencia hasta el 15 de octubre tras su reciente paso por el Círculo de Bellas Artes de Madrid.

La exposición, comisariada por el crítico de arte y profesor de Estética y Teoría de las Artes de la Universidad Autónoma de Madrid, Fernando Castro, está integrada por 58 dibujos a lápiz, pastel y collage sobre cuatro de los temas que obsesionaron a Bacon a lo largo de su carrera: el Papa Inocencio X de Velázquez, las crucifixiones, las figuras sentadas, y los retratos y autorretratos.

Durante años se ha creído que Francis Bacon no dibujaba ni bocetos para sus cuadros ni dibujos con entidad propia, como él mismo afirmó en varias ocasiones. Sin embargo, desde su fallecimiento en 1992 en Madrid, varias evidencias han desmentido esa conclusión, descubriendo que Bacon no sólo dibujaba, sino que lo hacía prolíficamente y con maestría. La selección presentada en esta exposición forma parte de la colección de más de 600 dibujos que Bacon regaló a Cristiano Lovatelli Ravarino, firmados por el artista y fechados entre 1977 y 1992.

Con motivo de la exposición se ha editado un catálogo donde, además de la obra expuesta, se recogen textos de Fernando Castro, Lucie-Smith, Cristiano Lovatelli Ravarino y Giorgio Ruggeri.

La exposición Francis Bacon. La cuestión del dibujo se puede visitar en el Centro Cultural Bancaja de lunes a sábado de 10 a 14 y de 17 a 21h, y los domingos de 10 a 14h. La entrada es gratuita. También se realizan visitas guiadas gratuitas los viernes y sábados a las 20 horas.

 

Las obsesiones de Francis Bacon

Las piezas que conforman esta exposición recogen algunos de los temas recurrentes en la obra de Bacon durante toda su trayectoria, como el Papa Inocencio X de Velázquez, las crucifixiones, las figuras sentadas, y los retratos y autorretratos.

          Uno de los bloques más importantes de la Francis Bacon Collection of drawings donated to Cristiano Lovatelli Ravarino es el dedicado al Papa Inocencio X. Bacon consideraba el cuadro de Velázquez del Papa Inocencio X uno de los mejores del mundo y su compulsión de repetición con esa obra revela la potencia obsesiva que le dominó. Llegó a considerar que todos sus esfuerzos por “reproducir” esa imagen habían conducido al fracaso y, en mayo de 1966, declaraba que había abandonado ese motivo. El cuadro original le imponía un tremendo respeto y ni siquiera quiso ir a verlo en directo, atravesado por el miedo a ver la realidad del Velázquez. La imagen del Papa se imponía en su imaginario como algo único: “se le coloca en una posición única por ser el Papa, y en consecuencia, como en algunas grandes tragedias, es como si se le alzase en un estrado para que la grandeza de la imagen se desplegase ante el mundo”, declaró. El Papa Inocencio X es uno de los primeros tema” que Bacon trabajó y estos dibujos demuestran que no lo abandonó nunca.

          Bacon siempre estuvo fascinado por los cuadros de mataderos y carne que, para él, tenían mucho que ver con el tema de la crucifixión. Desde sus primeras crucifixiones hasta Tres estudios para una Crucifixión (1962), que tiene algo de autorretrato, u Osamenta carnosa y ave de rapiña (1980), Bacon no ha dejado de trenzar alusiones al Cristo de Cimabue, pero también al sadomasoquismo, combinando imágenes extremas como las del linchamiento público de Mussolini con alegorías del sufrimiento humano o alusiones a la belleza que encontraba paseando por una carnicería. “Cuando entro –declaró– en una carnicería pienso siempre que es asombroso que no esté yo allí en vez del animal”. La visión y el olor de la sangre excitaban su imaginación. Bacon dispone ante los ojos del espectador la voluptuosidad de la carne y también su descomposición, esa sensación de que no somos otra cosa que seres preparados para que nos abran en canal, dispuestos para el desolladero.

          Francis Bacon estaba interesado en la condición concreta del retrato, en la necesidad de analizar al individuo aunque el resultado sea “un completo accidente”. Lo importante era plasmar “todas las vibraciones de una persona”. El obstinado esfuerzo de este artista le lleva a deshacer el rostro. Aunque utilizaba modelos, principalmente amigos y amantes, su fuente principal para retratar eran las fotografías y el cine que dinamizaban su imaginario, asaltando constantemente nuestro sentido de la apariencia. “A través de la imagen fotográfica –declaró a David Sylvester– comienzo de pronto a vagar dentro de la imagen y abro lo que yo considero su realidad más de lo que podría hacerlo mirando directamente. Las fotografías no son solo puntos de referencia. Son muy a menudo reactivadoras de ideas”. Bacon fija su mirada en la boca, dejando de lado la concepción tradicional del rostro, entregándonos la realidad de un semblante convulso. El ser humano es, en los cuadros de Bacon, una especie de presencia histérica, el resultado de la voluntad de distorsionar las figuras mucho más allá de la apariencia.

          Rodeado por los fantasmas de los amigos amados muertos, Bacon tuvo que recurrir a su propia imagen con autorretratos, aunque su rostro fuera algo que le desagradaba. Cuando Bacon se retrata obsesivamente no lo hace para dejar su legado en la historia, sino para tratar de descubrirse a sí mismo, a pesar de sus crisis de identidad. Se tortura con la obsesión de su propia imagen, cuya identidad choca con el rechazo social. Por medio de brutales semejanzas y deformaciones fantásticas pretende descubrir el rostro del horror, el monstruo que en él habita.

 

 

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